
El 2012 fue un año extraño en los Oscars. The Artist, una película muda y en blanco y negro ganó el premio a mejor película, convirtiéndose en la segunda película silente (la primera fue Wings (1927) en la primera premiación del Oscar, que por entonces sólo se llamaban Premios de la Academia: se cierra un círculo) en ganar dicho galardón. Su más cercana competidora, que ganó el mismo número de Oscars (5), fue Hugo, que en contraste con la primera era una película filmada con tecnología ultramoderna en 3D, pero cuya historia se remontaba incluso más atrás que la época dorada del cine mudo y la transición al sonoro que retrata The Artist (fines de los 20). Hugo se inspira en los inicios mismos del cine, justo antes que el marcador de siglos alcance las dos decenas. Martin Scorcese, ese cinéfilo impenitente, ese historiador del cine que a veces también oficia de director (y de los grandes) busca la manera de contarnos la historia de George Meliés, el mago del cine, el inventor de los efectos especiales, el hombre que arrancó al medio recién descubierto de su servidumbre documental para ponerlo a disposición de la fantasía. Y usar las técnicas más avanzadas del 3D con una perfección y audacia que asombró al propio James Cameron, quien lo declaró superior al 3D de Avatar y Misterios del Titanic (dos hitos en el resurgimiento de la estereoscopía) para contar esta historia, no sólo no es casual, sino que es precisamente el punto de la película: Scorcese nos está diciendo que el lenguaje del cine se está reinventando, y que es necesario volver a los orígenes para pensar en el futuro. Cuando vemos los mismos cortos de Meliés, especialmente Un viaje a la luna (1902) con el añadido de una profundidad estereoscópica[1], nos damos cuenta del optimismo de Scorcese: esta es la nueva frontera del cine, parece decirnos.
¿Lo es? Hay que partir por recordar, que como toda bolsa de trucos cinematográfica, lo que parece novedoso es, en verdad, antiquísimo. En la época de Meliés, cuando el cine recién comenzaba, también comenzaban a soñar algunos con todas las posibilidades que podría traer el nuevo medio. Algunos soñaban con un cine a colores, otros con un cine sonoro, otros con un cine con profundidad de campo. Y en todos los casos no faltaron persistentes y creativos inventores que se pusieron manos a la obra. En 1922 se estrenaba la primera película en 3D, titulada The Power of Love. Se presentó en una función especial para los dueños de cines y la prensa. Nadie se interesó en exhibirla y ahí murió el innovador formato. Más tarde, entre 1952 y 1954, cuando el cine hacía malabares para competir con la TV, volvió el atractivo, y se produjeron una serie de películas de aventura, terror y misterio, incluyendo Dial M for Murder de Alfred Hitchcock. Luego el formato decayó por las dificultades en la exhibición, ya que se necesitaban 2 proyectores perfectamente sincronizados, la pantalla no servía para proyecciones en 2D, y sólo se podían usar los asientos centrales de la sala.
Desde entonces, siempre hubo algunos estrenos esporádicos, muchos de ellos relacionados con el sistema IMAX, una especie de circuito de élite de la exhibición cinematográfica, que cuenta con no más de 800 salas en todo el mundo (en el Perú no hay ninguna, aunque se anuncia la llegada de la primera para el 2014 por Cinépolis). Sin embargo, es sólo en la última década, aunque los inconvenientes técnicos ya se habían solucionado desde 1970 (hoy se requiere un solo proyector y lentes de bajo costo) que el cine en 3D cobra verdadero impulso, y se vuelve parte de la oferta habitual de las salas cinematográficas.
Hoy cualquier espectador puede, incluso en Arequipa, escoger entre la versión “normal” y la versión 3D de, por poner un ejemplo, El capitán América según sus preferencias visuales y sus posibilidades económicas. Hoy casi todas las películas de animación, así como las super-producciones de acción y aventura se estrenan simultáneamente en 2D y 3D. Los dramas, las películas de autor, las de terror, y, en fin, cualquier película de mediano o bajo presupuesto, siguen existiendo solamente en el formato tradicional, en donde la profundidad se basa en la perspectiva (descubrimiento de la pintura renacentista) y no en la estereoscopia. La pregunta es: ¿nos encontramos frente a un nicho de mercado, o frente al anuncio heráldico de lo que será el nuevo estándar del cine?
Creo que la respuesta pasa por dos factores: el precio de las entradas y la televisión en 3D. Hasta ahora el precio de las proyecciones en 3D sigue siendo considerablemente más alto que el de las funciones regulares. La diferencia, que al comienzo era el doble, se ha estabilizado en un 30 a 40% de sobreprecio, y si bien 3 a 5 soles parece no ser tanto dinero, si se considera que la entrada a un multicine ya es costosa, esa pequeño esfuerzo extra termina por desanimar a muchos (con mayor razón si alguien está pagando también la entrada de su pareja, o la de toda la familia). Por esto, el negocio del 3D ya se encuentra en franca desaceleración. Mientras que hace pocos años películas como Shrek 3 o Kung Fu Panda 2 reportaban el 60% de sus ingresos por sus proyecciones en 3D, en películas más recientes como The Avengers, el 3D representa solamente el 32% del total de la taquilla. Es decir, mientras la entrada cueste más siempre habrá gente no muy convencida del valor del efecto óptico (más aún pasado el efecto de novedad), y que prefiera invertir la diferencia en, por ejemplo, un balde más grande de popcorn, un café después del cine o un taxi.
Pero creo que la llave del futuro está alojada en la posibilidad por ahora menos desarrollada: la televisión 3D. Aunque los avances técnicos han sido grandes (incluso existen sistemas de autoestereoscopia, es decir, 3D que no requiere lentes), la implementación comercial todavía se encuentra en una fase de desarrollo. Los canales en 3D son solamente la cereza del pastel en el paquete exclusivo de las compañías de cable que ofrecen conjuntamente cientos de canales en 2D. Pero si en el futuro ésta se vuelve la forma estándar de ver televisión (cosa de ningún modo inevitable, porque la calidad de la imagen compite contra su portabilidad: pantallas de plasma vs televisión en el smartphone), como ocurrió con el color, el cine no podrá oponer mucha resistencia y se convertirá al culto estereoscópico.
Termino recordando que a pesar de estar hoy colonizado por los superestrenos y los golpes de efecto, el 3D puede, en efecto, abrir nuevas posibilidades expresivas. Hugo es una muestra de ello. Gravity es una muestra de ello (que no puedo ahora detallar). Pero también en películas de moderado presupuesto, de cine-arte o documental, el 3D puede ser el recurso preciso para comunicar el mensaje. Werner Herzog lo usa para mostrarnos mejor las pinturas rupestres de la cueva de Chauvet a las que sólo un puñado de mortales ha tenido acceso. Win Wenders lo emplea para que apreciemos en su justa medida las impactantes coreografías y movimientos de la bailarina Pina Bausch. Hoy en día el 3D está acostumbrado a gritar y a tirarnos (literalmente) objetos a la cara, pero el día en que deje de hacerlo, puede volverse realmente interesante.
[1] Estereoscopia: Como nos habremos dado cuenta cuando jugamos a cerrar o taparnos un ojo, cada uno de nuestros ojos percibe una imagen ligeramente diferente que nuestro cerebro se encarga de reunir y fundir en una sola. Este es uno de varios procesos que ponen en juego nuestros sentidos para que podamos percibir la profundidad. Por eso, si se proyectan 2 imágenes ligeramente diferentes, una sobre la otra, cada una destinada a un ojo (o al filtro de distinto calibre que tienen los lentes 3D en cada ojo) es posible replicar en nuestro cerebro la ilusión de profundidad estereoscópica.

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Javier De Taboada
Arequipeño. Sanmarquino. Doctor en Literatura en Harvard University. Especialista en cine latinoamericano. Profesor en UPC e Investigador en Casa de la Literatura Peruana. Miembro fundador de AIBAL.
Historia del cine en tres partes (3/3)
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3D: ¿La nueva frontera del cine?
