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Articulos

No recuerdo como era Navidad en mis primeros años de vida, asumo que debió ser nada pomposa, ni llena de regalos y con tono de temor, pues era la época de apogeo del terrorismo y la idea de que algún atentado ocurriera ese día seguramente atemorizaba a más de uno.

Lemmy murió el pasado 28 de diciembre, el primero en dar a conocer la noticia fue su amigo Eddie Trunk (el gordito del programa ‘that metal show’ que regalaba cd’s a cambio de preguntas verdaderamente difíciles sobre la historia gringa del metal en el canal vh1).

 

Abres los ojos y la luz te ciega, te obliga a cerrarlos nuevamente. Tienes la boca seca, la cabeza duele. El canto de las gaviotas colándose por las ventanas solo puede empeorar tu migraña. Respiras con di­ficultad, tratas de levantarte, de moverte pero no puedes, tu cuerpo no responde, pesa, tienes sed, muchísima sed, como si estuvieras por secarte, por convertirte en momia, en estatua de arena.

 

La belleza es un confín lejano, un umbral agazapado tras cortinas que fingen perfección. Allí, detrás del velo distorsionador, está Charlotte Gaingsbourg. Nacida en Londres de padres artistas, Charlotte llegó a su primer papel a los trece años, empujada por madre. La pequeña niña de ojos curiosos jamás imaginó que encarnaría los personajes polémicos  y cautivadores de Lars von Trier

 

El mundo se divide en dos, siria y Francia, siria, niño sirio, pullitzer y nosotros seguimos en la cama. Seguimos en la cama, coge las sábanas, ponlas por encima, encima encima, cúbreme, escoge un pelito para que no estorbe, manito sudada manito sudada, cintura, piernas, piernecitas. Gente muerta, gente muere, bomba por aquí y bomba por allá ¿Escuchas?, escucha eso escucha escucha, coger manita sudada, besar manita sudada.

 

Como no va a causar indignación la muerte de quienes salieron a comer, tomar una bebida o ver un espectáculo y terminaron muertos donde se suponen fueron para pasarla bien, tras una dolorosa agonía o un veloz y certero impacto de algún proyectil.

Como no va a causar conmoción la muerte decenas de civiles en una ciudad de un país que no se encuentra en guerra.

 

Caminamos en busca de otro parque y un poco más de trago. Las luces de la ciudad se distorsionan a nuestro alrededor y las casas empiezan a perder su forma. Mis pies se niegan a seguir andando en línea recta y yo me dejo llevar por las diagonales, por la borrachera y la irracionalidad; por esta dulce inconciencia adolescente que creía irremediablemente perdida.

 

Me he sentido mal Doc., he sentido que mi piel habla con el tiempo y con la gente, que mi piel no se cuestiona por mi conciencia, mi piel no tiene remordimientos ni dignidad, termina un Oulalà (aprendió francés) y empieza todas sus frases con Moi moi. No trato de opacarla, es tan libre como yo al salir a caminar.

 

Llego tarde al trabajo. Entro apurado, sin saludar a nadie, marco mi entrada y pido la cámara y el resto de equipos. Bajo hasta la sala de prensa, saludo a mi jefe que me regaña por la tardanza; mi compañero no me dice nada, pero su gesto adusto es elocuente. Cara de poto o mejor dicho cara de alguien a quien, sin ninguna clase de lubricación, le he metido un fierro caliente por el poto. 

 

Enciendo un cigarro y siento aquel viejo sabor a humo en mis pulmones, es placentero. Debería dejar de fumar, a la larga me hará mucho daño o, por lo menos, eso es lo que me dice la mayoría de los que me rodean. Y tienen razón. Tienen razón, pero yo soy muy tonto y prefiero encender un cigarrillo más a tratar de cuidar mi salud para prolongar mi existencia. 

 

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