
Lechucero
1
Llego tarde al trabajo. Entro apurado, sin saludar a nadie, marco mi entrada y pido la cámara y el resto de equipos. Bajo hasta la sala de prensa, saludo a mi jefe que me regaña por la tardanza; mi compañero no me dice nada, pero su gesto adusto es elocuente. Cara de poto o mejor dicho cara de alguien a quien, sin ninguna clase de lubricación, le he metido un fierro caliente por el poto.
2
Enciendo el carro y con la noche comienza la rutina. Lechucero, le dicen los coleguitas. Manejo como un orate hasta el hospital general. Manejo con tosquedad, sin respetar los semáforos ni ninguna otra norma de tránsito. Acelero y fumo con vehemencia. En mi pecho, la furia ruge, problemas cotidianos, una pelea con mi chica, estupideces que me alteran los nervios. Siento ganas de llorar a gritos o de matar a golpes al primer idiota que me toque la bocina sin motivo.
3
Llego hasta el hospital con la cámara en la mano, ansioso de que venga rápido algún herido al que pueda grabar; sangre para complacer a los televidentes, sangre para no tener que hablar de las cosas incomodas e importantes que nadie quiere escuchar.
Mi compañero continúa malhumorado por mi tardanza. Como un gorila huraño se resaca los sobacos y la entrepierna, es desagradable. En general nos llevamos bien pero esta noche seria capaz de acuchillarlo sin razón alguna solo para verlo desangrarse… Incluso podría grabarlo, seguramente abrirían el noticiero con esa nota. Creo que estoy empezando a volverme loco. En fin, así es esta chamba, me digo, desquiciante.
4
Nos han avisado sobre un choque al que debemos llegar antes que los bomberos. Acelero más allá de mis propias habilidades, consciente de que a esta velocidad no soy capaz de controlar el auto y en cualquier momento podríamos ser nosotros quienes, junto a la calata de ocasión, terminemos en la portada ensangrentada de algún periódico. No me importa, la nota es lo primero.
5
Escupo por la ventana un poco de flema amarga y con sabor a tabaco. Como me encantaría estrellarme contra un muro y desaparecer. Me abruma mi proprio mal humor, tanto que ni yo mismo soy capaz de soportarlo, de soportarme. No es enojo, es pena; violenta tristeza que arrebata, que enloquece. No debería dejar que mis asuntos me afecten. Vivo rodeado de desgracias, de muerte y tragedias y sin embargo mis pequeños problemas, mis fracasos cotidianos, son los que me trastornan… Eso es más egoísmo del que me gustaría tener que admitir.
6
Me estaciono y saco la cámara, un chofer ebrio que se descarrila un viernes a las 3 a.m. Él está muerto y no hay más heridos. “¡Con esta nota se abre el noticiero!” Me dice mi compañero, emocionado, demasiado feliz por aquella muerte.
Yo me limito a grabar sin interesarme por aquel cumulo de sangre y fierros inservibles que otrora fueron un automóvil. Gravo instintivamente, en automático, a estas alturas ya nada me sorprende y total, yo soy solo el camarógrafo, nada más, mientras mis tomas sean las correctas todo estará bien.
7
Dicen que trabajar en la noche altera el ánimo de las personas, las enajena. En todo caso prefiero la locura que volver a la rutina diurna y el sol ardiente de esta ciudad con clima de desierto. Caminar 5 horas diarias, sudando sin parar, persiguiendo políticos para que me digan cosas que no me interesa oír. Cosas que, en realidad, a nadie le interesa oír.
Trabajo para un noticiero de provincias en un país donde no existe la prensa de provincias. Si no estás en la capital nadie escuchara tu voz, no importa que tan fuerte grites o que tan importantes creas que son tus palabras. No existes, no existimos.
Tengo que salir pronto de aquí, largarme antes de que termine de enloquecer. Mientras tanto la sangre nocturna es mejor que las palabras vacías a la luz del sol.
8
Manejo de regreso al hospital, nos estacionamos y empiezo a fumar mientras espero a que algo pase. Mi compañero revisa mis tomas, me felicita por un par de buenos encuadres. Se le ha ido el mal humor y le brillan los ojos. Saco una lata de Red Bull de mi mochila mientras pienso sin dejar de fumar. Yo también estoy más calmado.
Al poco rato nos avisan sobre un suicidio, un hombre que, por desamor y desesperación, se voló los sesos en un hotelucho del centro. El cadáver aún tenía lágrimas en el rostro cuando llegamos al hotel, tan frescas como la sangre.
Morir junto a putas y peperas en un cuarto que apestaba a orines, perderse para siempre en frustración mientras que parejas clandestinas y amores furtivos florecían a tan solo una pared de distancia. Nadie merece morir así de solo, así de triste. Nuestras noticias siempre son malas noticias, pienso mientras enciendo la cámara y sacudo los hombros como tratando de deshacerme de algo desagradable. Así es esta chamba, me digo, así es esta chamba.
Tambie te podria interesar:
Renato Amat y León S.
Periodista, escritor, fracasado... ¿Qué más puedo decir? No se si estoy despierto o tengo los ojos abiertos...
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
