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Confesiones de invierno

Soy solamente un animal que escribe y se enamora

Renato Amat y León S.

Soy alguien muy aburrido, mis pasatiempos son lentos, solitarios y silenciosos. Detesto bailar y aborrezco las discotecas, los conciertos o cualquier otro lugar donde la gente se aglomere y se frote contra mí. Me gusta conservar libre mi espacio personal y, a menos que seas alguien a quien le tengo muchísimo cariño o una chica guapa, detesto que me toquen.

Amarnos era caminar juntos en tardes lluviosas y callejuelas nocturnas, era escucharla cantar y componer canciones, era mostrarle tímidamente mis primeros escritos, era echarme sobre su vientre desnudo y, con la oreja pegada a su ombligo, dejarme arrullar por el suave murmullo de aquel cuerpo tibio, quebradizo.

Me recuesto en el sofá, acurrucándome en mí mismo, convencido de que lo mejor en estas épocas es no hacer nada, no moverse, no respirar, no pensar en los regalos, en el año nuevo, en los próximos años, ni en los que ya pasaron y empiezan a acumulárseme sobre los huesos. Lo mejor es no hacer nada, solo tomar un poco más de vino y comer las galletas navideñas, dulce y borrachera,  con comida recalentada y películas viejas que me salven de esta resaca repleta de hirientes lucecitas.

Porque quizá siempre escriba un poquito sobre ti, pensando en ti, incluso cuando escriba cosas que nada tengan que ver contigo; siempre estarás ahí, siempre serás tú, en cada una de mis palabras. Porque, al fin y al cabo, seguir escribiendo es la única forma que tengo de decirte (y decirme) que, a pesar de todos estos años, aún no me he rendido.

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