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Ilustración: Martín Sánchez Torres

Cinefobias

Todos le tienen miedo a algo, eso es un hecho. Algunos de nuestros temores son racionales y tienen una explicación clara y definida.  Por ejemplo, está el miedo a las alturas que se sustenta en la posibilidad de una caída.
 

El miedo a los objetos puntiagudos se basa en peligro potencial que estos pueden representar y el temor a los perros existe debido a la, siempre latente, posibilidad de recibir una mordida en las nalgas y ser el hazmerreír de todos, como los policías gordos de las caricaturas antiguas.
 

Estos miedos, los racionales, suelen ser los más aburridos pues están sustentados por la lógica del peligro y la necesidad de protección; carecen del encanto de lo inexplicable y lo absurdo.
 

Por el contrario, entre los miedos irracionales se esconde un hechizo, una gracia y una ironía siempre cautivantes. El terror irracional esconde un aire de extravagancia que bien enfocado puede llegar a ser literario o cinematográfico.

 

Por ejemplo, yo le tengo fobia a las cucarachas, a sus patas escurridizas y puntiagudas, a su asqueroso color marrón, a su cuerpo compartimentado y su forma sigilosa de moverse. Todo, todo en ellas es de espanto y produce en mí una mescla desagradable, indecible, que oscila entre el pánico y la repulsión.

 

No puedo verlas ni en fotos.

 

No soy capaz tampoco, de describir el horror que produjo en mí la lectura de La Metamorfosis de Kafka y el miedo que, desde entonces me embarga, cuando estoy a punto de quedarme dormido y pienso que, al despertar, podría hacerlo convertido en aquel monstruoso insecto.  

 

La Medortofobia, que es el miedo a las erecciones, podría ser un gran argumento inicial para una película de Lars Von Trier, sería una cinta cruda y salvaje, completamente desencantada que gustosamente pagaría por ver. O quizá, desde otro enfoque, esta fobia podría ser el plot inicial para una comedia romántica dirigida por Spike Jonze, el guion lo escribiría Charlie Kaufman y estaría protagonizada por Daniel Radcliffe.

La Papafobia, que es el miedo al Papa (santo padre del vaticano), sería el título perfecto para una desternillante historia de humor negro, protagonizada por Sacha Baron Cohen y la hipopotomonstrosesquipedaliofobia: miedo a las palabras largas, sin duda sería un buen recurso en el guion de una película de Woody Allen.

La Oneirofobia, el miedo a dormir (que es bastante más común de lo que podrían imaginar, dicho sea de paso) podría ser el argumento principal de un drama o una película de misterio, protagonizada por Jim Carrey y el famoso temor a las mariposas de Nicole Kidman podría servir de inspiración para una bellísima película de Terrence Malick.

La Anatidaefobia (mi fobia favorita) es conocida también como el miedo a que en algún determinado momento y desde algún lugar, un pato te esté observando. En este temor, siempre he sentido que se esconde el argumento central perfecto para una melancolica, absurda y divertida novela de terror ambientada en alguna provincia otoñal de Francia en los años 90.

El miedo a los testigos de Jehova, hasta donde he podido averiguar, no tiene ningún nombre científico complicado pero debería. Y una vez que exista, este nombre (estoy seguro) estará inevitablemente ligado con el temor al sonido del timbre los sábados por la mañana.

Esta fobia será descrita como el miedo aparentemente irracional a que, cualquier mañana de resaca, un hombre de graciosas vestimenta intente hablarte de Dios con el mismo ahínco y perseverancia con la que un zombie trata de comerse tu cerebro en un film de Georg Romero.  

Porque yo estoy seguro, que más temprano que tarde, llegara el día en que se empiecen a rodar películas apocalípticas (dirigidas por Edgar Wright y protagonizadas por Shia LaBeouf) en donde el mundo será gobernado por Los Testigos.

En estas películas, después de haber tocado tantas puertas, Los Testigos finalmente serán la mayoría y, llegado este punto, hordas de gente que se viste gracioso atacaran a los pocos humanos libres y laicos que queden sueltos por ahí.

Entonces, cuando llegue ese momento, todos se darán cuenta de lo perfectamente racional que es aquel temor al timbre que suena los sábados por la mañana, pues en su sonido se esconde el presagio del fin de los tiempos.

 

En fin, como dije, todos le tenemos miedo a algo. Algunos, la mayoría, a cosas racionales, comunes, aburridas. Otros pocos, a cosas irracionales, terribles, novelescas e irremediablemente cinematográficas.

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