Ilustración: Martín Sánchez Torres

Selfie...
Facebook me desea buenas tardes y ese pequeño gesto de virtual amabilidad me alegra el día. Tonteo en mi computadora mientras en la ventana el sol termina de morir en medio de un multicolor anochecer. El cielo de Arequipa siempre ha sido uno de los pocos motivos por los que aún no termino de huir de esta blanca y polvorienta ciudad.
Tengo la vista perdida frente a mi time line de Facebook. No lo veo con real detenimiento, podría estar mirando el pasto crecer o la pintura secarse en una pared, lo mismo daría. No tengo, ni siquiera, la energía suficiente para cambiar de ventana y bucear entre pornografía, nada, solo Facebook con la mirada vacía, sin fuerza si quiera para fingir interés.
Mejor debería dormir, quizá y hasta sueñe algo agradable, pienso mientras le doy like a la foto de una chica linda a la que no conozco en el mundo real pero que siempre publica cosas divertidas y fotos suyas en donde se la ve bastante guapa, nimiedades que me entretienen y reconfortan.
Por sus estados sé que le gustan las películas de terror y los libros de Julio Cortázar. Tiene el pelo largo, negro azabache, hasta los hombros y un par de senos gigantescos que no duda exhibir en cada una de sus fotos. Toca la guitarra y canta muy lindo. Hace poco murió su abuela con quien era muy unida, parece que aún no lo supera. No tiene enamorado pero creo que le gusta alguien. Le han roto el corazón varias veces.
Seria agradable conocerla en persona, me digo, podría escribirle, dejarle un inbox, quizá nos caigamos bien, quizá yo sea su tipo de chico o quizá simplemente me ignoré, me deje en visto. Sigo bajando por mi time line sin prestar demasiada atención a nada, sin atreverme a hablarle tampoco.
Me he pasado la semana entera encerrado en casa, en pijama y sin ducharme, tomando vino en copa y comiendo frituras, faltando a clases, ignorando por completo todo tipo de responsabilidad posible. Salir de casa en estos días únicamente logra agudizar una soledad ponzoñosa con la que últimamente no se bien cómo lidiar.
Fuera de mi casa, expuesto a la vista del mundo y la inclemencia del sol, me delato como un tipo triste y patético. En la calle solo soy un patita que suda en una combi, un sujeto mal afeitado, mal vestido y con un corte de pelo pasado de moda, un anónimo que se arrastra por las calles sin ganas de ir ninguna parte, el chico raro que se sienta a leer al fondo de la clase y no habla con nadie.
O sea, un huevonazo.
Dentro de mi casa también lo soy, claro está, pero sin nadie para mirarme siéndolo ya no me siento tan mal por ello. Incluso, soy capaz de encontrarle cierto gusto a todo esto.
Soy un hombre que lee y escribe en su casa todo el día, que descarga cientos de discos que no piensa escuchar y libros que no va a leer. Un hombre que se levanta al medio día y no duerme por las noches, que disfruta escuchando sonar el teléfono mientras lo ignora, aunque en realidad se muera de ganas de hablar con alguien y de que alguien quiera hablar con él…
Que bajo he caído, pienso, mientras escribo en mi muro un pequeño texto que pretende ser gracioso, un pequeño texto - igual que este - que espero pueda llenarme de likes y comentarios. Cualquier cosa es buena para demostrar que existo, que no soy invisible, que aún no he terminado de desaparecer ni volverme loco, que aún no me he ido de esta fiesta.
La chica de hace un rato publica una nueva foto, se la ve triste, un polo holgado tapándole el torso y ropa interior con encajes en la parte de abajo, deja al descubierto un par de piernas largas y suaves. La mirada pérdida lejos de la cámara. Una frase sobre la insignificancia de la vida acompaña el texto.
Yo no soy capaz de juzgarla, no me atrevería pues reconozco en ella alguien igual a mí. Después de todo, esto que hago, estos textos que publico cada domingo en los periódicos, en el fondo son lo mismo; nada más que una versión ligeramente sofisticada de un sexy selfie en Facebook. Si fuera guapo o atlético probablemente no escribiría.
Aquella chica desnuda su cuerpo, yo exhibo mis cicatrices y traumas. Ninguno es superior al otro. Al final todos anhelamos aprobación y cariño, sentirnos especiales, pensar que somos importantes para alguien más.
Aquella chica quiere sentirse bella, quiere saberse apreciada y que le digan que es linda. No le encuentro nada de malo a eso, después de todo hasta el mismo Gabriel García Márquez decía escribir en busca de alguien que lo quiera.
La noche hace mucho que se adueñó de la ciudad. Pongo a descargar una película de Woody Allen, me sirvo un poco más de vino mientras, por la ventana, veo como dos perros callejeros duermen acurrucados en una esquina, protegiéndose del frio. Los autos y transeúntes pasan a su costado sin mirarlos.
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