
¿Puede imaginarlo?
Un grupo de soldados acribillados por el terrorismo, una adolescente violada hasta la muerte cuando intentaba volver a casa, un hombre apuñalado por unas monedas en cualquier esquina, un niño que llora a su padre muerto en un accidente de tránsito, la hija y heredera de un genocida en la segunda vuelta.
La inseguridad ha crecido tanto en los últimos años que la violencia, en este país, se ha banalizado. La barbarie se nos ha hecho tan familiar que la hemos aceptado como algo cotidiano, como parte de nuestras vidas y ya no nos indigna.
Ya nada nos exalta, ni nos conmueve. El horror se ha normalizado en medio del caos y la prensa, debemos reconocerlo, tiene parte de la culpa.
Yo he sido periodista lechucero, policiaco, le dicen y se lo que es vivir, convivir diariamente con la desgracia. En este trabajo no es nada difícil perder la perspectiva de las cosas. Después de un tiempo uno se acostumbra a la sangre, con la muerte. Es decir, uno aprende a convivir con ella, con el muerto del día o el accidentado de turno.
Se supone que es parte de la chamba, te lo dicen en la universidad, tus jefes y colegas te lo repiten cuando ven que eres joven y aun te afectan este tipo de cosas. Si no puedes lidiar con las tragedias es mejor que cambies de trabajo. Todo eso es cierto, por lo menos en parte...
Un periodista de calle, sobre todo los encargados de las notas policiales, suelen estar constantemente rodeados por la desgracia. Hay que acostumbrarse; nuestras noticias siempre son malas noticias.
Con el tiempo aprendes que no debes permitir que el drama ajeno te envuelva, te secuestre y trastorne. No puedes dejarte impresionar por cada gota de sangre o cada lágrima derramada en tu camino. Nadie que esté cuerdo sería capaz de soportar tanto.
¿Son ustedes capaces tan solo de imaginárselo? Vivir, día tras día, entre muertos y personas que acaban de perderlo todo. Cualquiera puede volverse loco. Cualquiera.
Sin embargo, cuando llega el punto en el que una madre llorando por su hijo muerto no es más que una primicia calientita, significa que hay algo que estás haciendo mal, algo que estás haciendo realmente muy mal como periodista.
Es parte de la chamba, dicen, pero cómo puedes pretender que tu lector o televidente entienda la verdadera magnitud de la noticia si, tú mismo, como periodista no puedes comprenderla.
Por más que tu texto lo llenes de frases como “el fatídico hecho” “lamentable accidente” o “terrible tragedia” nadie te creerá. Si no te duele, si no lo sientes y haces un esfuerzo por entenderlo, aquellas no serán más que palabras vacías y lugares comunes, fríos y distantes.
Este país, agazapado en las esquinas en forma de ampones desalmados, de conductores ebrios, de oscuras callejuelas y funcionarios corruptos nos lo está arrebatando todo. Nos hemos convertido en un muestrario de horrores y, lo peor de todo, es que ha dejado de sorprendernos, de importarnos. Nos derrumbamos a pedazos y hace mucho que está catástrofe dejó de ser noticia.
Tanto a periodistas como a espectadores la costumbre nos está curtiendo, cegando, insensibilizando hasta el límite de lo humano.
¿Pueden ustedes imaginar cómo es aquel dolor ensombrecido de aquel esposo que acaba de perder a quien le daba sentido a su vida? ¿Puede si quiera tener una idea de lo que es el miedo y esas angustiosas ganas de desaparecer, de morirse, que siente una muchacha violada en un callejón, abandonada en una torrentera? ¿Puede? ¿Puede si quiera imaginarlo?
Debería, deberíamos todos intentar entenderlos, entendernos y curarnos; si no es así, hay algo que la prensa de este país está haciendo realmente mal, hay algo muy importante, muy humano que nos hemos olvidado de contarles.
Texto publicado originalmente en El Diario El Pueblo
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