top of page

El dilema del Erizo

 Amanecer, teléfono, resaca* 

“Espía los susurros de un corazón inocente y, como colgado de su propia imagen,

contempla esta cara celestial”

 

Arthur Rimbaud, El ángel y el niño

 

 

 

Abres los ojos y la luz te ciega, te obliga a cerrarlos nuevamente. Tienes la boca seca, la cabeza duele. El canto de las gaviotas colándose por las ventanas solo puede empeorar tu migraña. Respiras con di­ficultad, tratas de levantarte, de moverte pero no puedes, tu cuerpo no responde, pesa, tienes sed, muchísima sed, como si estuvieras por secarte, por convertirte en momia, en estatua de arena.

 

Tu teléfono comienza a vibrar, Arlet. No quieres contestarlo. No quieres hacer nada en este mundo salvo, quizá, dormir. Pero antes tomar un poco de agua, algo de líquido que sosiegue tu organismo an­tes de regresar al sueño, a la inconsciencia o a la muerte; lo que haga falta para dejar de sentir este malestar. El teléfono sigue, insiste, reclama tu aten­ción, pero tú te rehúsas a entregársela.

Las náuseas crecen, presionan contra tu garganta y tu cuerpecito de niña se estremece por la resaca, tiemblas, no soportas más el malestar y allí sigue el teléfono empeorándolo todo, insistiendo, insistien­do una y otra vez, perturbando tu precaria estabili­dad, tu fragilidad en el equilibrio.

 

Te aturden los recuerdos; retazos de memoria sin conexión, sin orden, sin sentido; imposible re­mendarlos, imposible juntar los trozos de memoria rotos por el alcohol. La noche anterior, todo lo acon­tecido hace algunas horas nada más, parece tan leja­no, tan ajeno y ya no sabes si lo viviste realmente o lo soñaste nada más.

 

Ay, Arlet, el sol nace en el horizonte, todas tus compañeras de habitación durmiendo en calma y tú aquí con ganas de morirte por la resaca. Y el teléfo­no que insiste, el teléfono que te despertó, que te vuelve loca y no te deja descansar. No tienes fuer­za ni para renegar, ni para maldecir en tu mente a quien sea que esté llamando a estas horas tan inade­cuadas.

 

Estás triste, Arlet. Tristísima. Aquel vacío en el pecho te recuerda aquello que sabes bien, aquello que siempre has sabido: no hay en este mundo nada más doloroso que una resaca, nada más patético, ni lamentable.

 

Quieres llorar. Tendida en esa cama, recostada sobre el blanco dibujo de arrugas en la sábana, con los ojos apenas entreabiertos, te ves tan frágil, tan tierna. Necesitada de cariño como nunca antes lo es­tuviste en tu vida. Y así te sientes, Arlet, resacosa y maltratada. Solo quieres que alguien te abrace fuer­te hasta hacerte desaparecer. Solo quieres desapare­cer pero sigues en esa cama sintiendo que te mueres de a poquitos.

 

El teléfono finalmente se ha callado pero queda en él un mensaje que te lastimará más tarde. Tú aún no lo sabes. Por ahora solo piensas en aquel ardor entre las piernas que acabas de notar; aquel dolor que confirma tus recuerdos y te dice que no son sue­ños, que son reales, o por lo menos es real aquella esquirla de memoria en donde Carlos sacude, con voracidad animal, su cuerpo contra el tuyo.

 

Y así se fue tu virginidad, Arlet. Sin calor, sin ter­nura, sin culpas ni dramas, sin un orgasmo siquie­ra. Eso último es lo más triste. Pero no te lamentas, no tienes por qué hacerlo. Sientes que eres un poco más libre que ayer. Te mueves sobre tu colchón, acu­rrucándote en ti misma, modificando el paisaje de las sabanas bajo tu piel.

 

El sueño, bendito sea, empieza a vencerte nue­vamente, a diluirte hasta alejarte de aquel malestar que tanto te agobia. Cierras los ojos, Arlet, y abrazas tu inocencia, sigue allí: dulce, tibia, tuya.

 

 

 

 

*Fragmento de mi novela El dilema del Erizo, que se presentara este Sábado 2 de Julio

a las 2: 00 p.m. en la Feria Municiapa del Libro Arequipa

Tambie te podria interesar:

Renato Amat y León S.

Periodista, escritor, fracasado...  ¿Qué más puedo decir?  No se si estoy despierto o tengo los ojos abiertos...

 

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Ilustración: Martín Sánchez Torres

bottom of page