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 “Y esta mi vida, ¿es novela, es nivola o qué es? Todo esto que me pasa y que les pasa a los que me rodean, ¿es realidad o es ficción? ¿No es acaso todo esto un sueño de Dios o de quien sea, que se desvanecerá en cuanto Él despierte, y por eso le rezamos y elevamos a Él cánticos e himnos, para adormecerle, para cunar su sueño? ¿No es acaso la liturgia toda de todas las religiones un modo de brezar el sueño de Dios y que no despierte y deje de soñarnos?”
 

Niebla  - M. de Unamuno
 

 

Los domingos por la tarde son exactamente como imagino el fin del mundo; la ciudad vacía, las calles fingiendo calidez con el reflejo del sol, las familias en sus hogares esperando a que todo termine, que todo reinicie una vez más, como si no fuera suficiente existir una sola vez y necesitaran repetir sus vidas semana a semana con un inexplicable temor bajo las almohadas, esperando que sea lunes, por fin.

 

Es curioso, una suerte de eterno retorno se gesta semana a semana en la vida de todos. Por ello los domingos tienen ese sabor a final, a ultimidad, a vértigo. Renovamos votos con la realidad cada lunes, a las 5:40, abrimos los ojos para cerrarlos bajo el agua caliente de la ducha e intentar no quedarnos dormidos durante el día, porque hay que aprovecharlo al máximo, podría ser el último de nuestras vidas, entre otras huevadas…

 

Este domingo no fue excepción para necesitar abstraerme del letargo dominguero y dediqué mi tiempo a repasar una novela, sin duda, una gran novela para leer un domingo por la tarde. Niebla de Miguel de Unamuno, el español de prosa elocuente que alguna vez elogió a nuestro Gonzáles Prada. Para los que conocen la novela pueda parecer irónico leer justamente esa pieza en un día tan agónico. Pues no hay nada más revitalizante que morir un poco, en la niebla.

 

Estimado lector, vuelva al epígrafe de este artículo, repáselo una vez más y podremos mantener un diálogo, aunque normalmente los diálogos no existen.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Este fragmento de la Niebla es escalofriante. Más aún cuando es leído un domingo, día en el que todo la ciudad llena las iglesias, reza en antes de almorzar o antes de dormir como si el último día de la semana sintiéramos el sueño frágil de dios o de quien sea, como caminar de puntitas en un campo minado, porque  sabemos que si Él despierta, nos jodimos.

 

Cuando apago el último cigarrillo de la semana me pregunto qué pasaría si todo es una cadena de sueños, no una como la de Nolan en Inception, sino un ser que sueñe un universo donde sueñen universos, y me horrorizó al creer que la cadena puede romperse. La vida parece frágil, el orden del mundo parece un ojo de cristal en las manos de un niño. Una niebla imposible de disipar.

 

La única utilidad de los domingos es esta; darte un espacio para pensar en situaciones que el ritmo atareado de la semana no permite, abstraerse un poco, perderse, morirse, sentirse un poco en la mierda con esa sensación de fin, de vacío. La novela de Unamuno es un catalizador, como un vaso de aguardiente quemando la garganta del domingo, que va al fin del mundo, en palabras de Unamuno, a la niebla.

Niebla de domingo

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