
De las películas malas nadie quiere hablar, como si el mero hecho de verlas (y no se diga comentarlas) nos impregnase de su mediocridad. Y sin embargo, tan difícil es equivocarse en todo como acertar en todo. Las malas películas siempre harán algunas cosas bien, como las buenas algunas cosas mal. Además, una película de género no puede juzgarse como mala porque replica lugares comunes del género, o porque no innova. Por el contrario, debe considerarse un logro si demuestra conocer y manejar bien las convenciones. Un film de género no puede medirse con la vara de uno de autor. Y entre los géneros, el terror es el más bastardo. El que siempre ha tenido vocación de serie B. El que menos se abre a un público distinto del habitual.
El cine de terror fue, sin duda, la gran revelación de la pantalla peruana en los últimos años. Casi inexistente en el pasado, con el cine regional descubre que al público provinciano le gustan los espantajos y todo estalla con Cementerio General, película de Iquitos que alcanzó más de 700 000 espectadores, abriendo un filón en nuestro cine que aparentemente está empezando a agotarse, pues Poseídas, que se estrenó en marzo, bordeó al final los 70 000 espectadores, con lo cual difícilmente pasará de recuperar sus costos; y Muerte en los andes, que acaba de tener un estreno limitado a la cadena Cinestar y en contados horarios, aparentemente no llegó a reunir ni 1 000 espectadores en su primer fin de semana.
Poseídas
Sandro Ventura debe ser uno de los directores más prolíficos del cine peruano del siglo XXI, pues ya cuenta con cinco largometrajes. Habiendo tentado anteriormente la comedia romántica, como Loco cielo de abril y Japy Ending, decide probar ahora suerte en esta nueva vertiente, con resultados pobres.
La temática es la de la casa maldita. Un grupo de jóvenes universitarias decide pasar la noche en una casa embrujada para realizar un trabajo de un curso. Quizás conviene detenerse un poco aquí, pues la protagonista parece estar obsesionada con la asignación al punto de dejar encerrados a todos sus compañeros (escondiendo la llave) con el objeto de concluir el trabajo. El problema es que el objetivo que la dirige no tiene sentido, pues sólo sabemos que se trata de un estudio sobre la sugestión, pero no cómo se mediría ni cómo se daría por concluida la tarea. Algunas escenas (como cuando niega el "altar" del asesino en serie que había habitado la casa) parecen sugerir que sus intenciones serían más siniestras, pero la película no ofrece mucho al respecto. Son monigotes, que no tienen ninguna razón de estar ahí.
Siguiendo la pauta de Cementerio General, la película recurre mucho al efecto amateur y al desciframiento del encuadre, es decir, a iluminar sólo un punto del encuadre mientras se mantiene el resto en oscuridad, para que el espectador se esfuerce en entender lo que está mirando. Esto, se supone, hace que comparta el miedo y la perspectiva limitada de los personajes. Pero este recurso, que no debería durar más de un par de minutos seguidos, se arrastra por largas secuencias, y hace que terminemos por distraernos, ante la frustración de no saber bien lo que está ocurriendo en pantalla. Por otra parte, este amateurismo cámara en mano no se justifica narrativamente, cómo sí se hace en El secreto de la casa Matusita y La entidad, para no mencionar los clásicos del género, como The Blair Witch Project. Acá es evidente que muchas de las escenas y planos no podrían haber sido filmadas por ninguno de los presentes, y sin embargo se insiste con el estilo tembloroso y confuso.
La película hace un buen trabajo de edición y se permite contar dos historias en paralelo: la de los universitarios, y la de un periodista que accede a la casa después de los sucesos criminales (sobornando a un policía encargado de custodiarla) con el objetivo sensacionalista de encontrar cualquier cosa que sirva para alimentar el show mediático en que se ha convertido el caso. Las dos secuencias se cuentan en paralelo pero sin llegar a confundirse, y esto mejora el ritmo de la película. Por cierto, el estereotipo del periodista neciamente obsesionado con su reportaje, calza como un guante para películas que juegan al artificio del found footage (REC, Casa Matusita; el otro lugar común es el del trabajo universitario, y esta película tiene el curioso mérito de juntar ambos). Además, siempre se puede aprovechar el libreto para realizar la consecuente crítica de los medios de comunicación, y esto la película lo hace con gusto y con gracia. Tanto el personaje del entrevistador, modelado por Rodrigo Sánchez Patiño como una mezcla (terrorífica!) de Bayly y Beto Ortiz, como la productora sin escrúpulos y el camarógrafo temerario que se mete a la casa, son vampiros mediáticos que se alimentan no de sangre, sino del show y el escándalo, y que ejercen su poder despóticamente y hasta con crueldad.
Muerte en los Andes
"Este filme independiente codirigido por André Ponce y Alexander Ibáñez Hermoza, narra la historia de tres desequilibrados personajes, quienes se hacen pasar por guías turísticos, y logran juntar con engaños, a un grupo de incautos turistas, prometiéndoles un viaje maravilloso hacia el Bosque de Piedras de Huayllay. Será ahí donde estos psicópatas deciden matar y por supuesto grabar a cada uno de los viajeros." (http://www.cinencuentro.com/2015/05/28/muerte-en-los-andes-cinta-peruana-terror-estrena-setiembre/)
Hubiera sido de lo más útil leer esta sinopsis antes de ver la película, porque esto recién se comprende hacia más de la mitad de la cinta, después del segundo asesinato (porque el primero resulta totalmente inexplicable en el momento). La historia que en realidad cuenta la película es la de una variopinta multitud de personajes, entre ellos un metalero, un retrasado mental, un grupo de gringos, una pituca rebelde y su hermano, y varios otros, que de pronto confluyen en una excursión turística a esta atracción natural de Cerro de Pasco. La película no logra en absoluto generar un clima ominoso y por ratos parece un documental turístico, pero la adscripción al género nos hace esperar algo siniestro, que no sabemos si se tratará de espíritus, monstruos o espantajos.
El giro "realista" hacia lo psicópata es totalmente injustificado, pero una vez instalado no se desarrolla mal. La película posee una rusticidad, una estética imperfecta apropiada para el mundo pulsional de sangre y muerte en que habitan los personajes. El placer sádico del homicida se muestra como completamente diferenciado, e incluso opuesto al placer sexual. De los tres personajes asesinos, sólo uno se muestra más interesado en lo último; otro se erotiza sólo frente al cadáver; y el tercero parece sentir aversión a las mujeres y al contacto físico. La película no entra en el terreno del gore o del torture porn, no se complace en el sufrimiento y la mutilación; sino en la muerte violenta, rápida o lenta pero mostrada siempre en forma presta. No importa si no siempre se llega a identificar a las víctimas con la presentación abigarrada y confusa del principio; la película logra construir algunos momentos impactantes y dos personajes siniestros. Que es lo mínimo que se supone debe hacer un film de horror.
Poseídas y Muerte en los Andes

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Javier De Taboada
Arequipeño. Sanmarquino. Doctor en Literatura en Harvard University. Especialista en cine latinoamericano. Profesor en UPC e Investigador en Casa de la Literatura Peruana. Miembro fundador de AIBAL.
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