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En un curso de cine español, una alumna me preguntó por qué veíamos tantas películas antiguas. Como todas las películas del curso eran de la segunda mitad del siglo XX para adelante, me sentí un poco desconcertado. ¿Cómo serían entonces las películas modernas?, pregunté. “A colores”, me respondió. La tenía clara.

 

Lo que quizás no sabía esta alumna (y, con un poco de suerte, tampoco Ud. amigo lector) es que, a diferencia del sonido, el color resulta un criterio por sí mismo insuficiente para determinar la “antigüedad” o “modernidad” de una película. El color estuvo ahí desde los comienzos mismos del cine. Desde 1903 o 1904, ya se pueden encontrar películas a todo color (además de películas con secuencias monocromáticas en colores distintos al negro). El efecto se conseguía con un proceso increíblemente trabajoso y meticuloso, ya que debía pintarse cuadro por cuadro las tiras de celuloide. Pero en la industria del cine todo era realizable con una cadena de producción. Gerge Meliés, por ejemplo, tenía a 21 obreras trabajando para ofrecer versiones coloridas de algunas de sus películas, incluyendo la famosa Viaje a la luna.

 

Pero pronto la tecnología del color se desarrolló hasta conseguir resultados bastante fiables. Para mitad de la década del 10, varios métodos de fijación del color, tanto por procesos aditivos como sustractivos, estaban en desarrollo, y dejaron algunas muestras. Para comienzos de los 20, muchas de las grandes producciones de Hollywood incluían secuencias a colores. Entre estos se cuentan Los Diez Mandamientos (1923), Ben Hur (1925), El ladrón de Bagdad (1924), El fantasma de la ópera (1925), Los últimos días de Pompeya (1926), El mago de Oz (1925) entre muchos otros. Ya desde entonces, y más aún luego de la llegada del sonido, algunas películas se atrevían a emplear el color no sólo para las secuencias más espectaculares, sino para toda la película, tales como El pirata negro (1926), Sally (1929), El rey del jazz (1930), entre otras.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En 1935 se desarrolla la tecnología Technicolor en 3 bandas con los 3 colores primarios que luego se recombinaban. Esto permitía nitidez en una alta gama de colores y fue adoptado como estándar por los estudios hasta la aparición en 1950 del film en color, o Eastmancolor, que ya incorporaba los colores directamente al negativo. En todo este tiempo se producen decenas de películas a colores, aunque el blanco y negro seguía siendo la regla general. La tecnología en 3 bandas requería emplear el triple de celuloide, y por tanto triplicaba también uno de los costos más importantes de la producción de una película. Contra lo que pudieran pensar quienes creen que el uso del color implica un mayor realismo ya que el mundo que percibimos es también a colores, lo cierto es que en el cine el color se empleaba generalmente en los géneros no realistas, como películas de fantasía, de aventura, o reconstrucciones históricas de tamaño épico. Los dramas de la vida cotidiana y los temas serios iban en blanco y negro.

 

Con el abaratamiento de la tecnología permitido por Eastmancolor, las películas iban a transitar gradualmente hacia este formato, pero muy gradualmente porque la transición tomaría casi un par de décadas para completarse. Tanto es así entre 1939 y 1967 los premios Oscar se entregaban por separado para cinematografía en blanco y negro y en colores. Si tomamos en cuenta que la transición del mudo al sonoro duró no más de 4 años, parece ser que las imágenes en colores no lograban convencer por sí mismas de ser una mejor alternativa que las de la paleta gris.

 

Acaso la normalización no hubiera ocurrido nunca, de no ser por la televisión. Ante la aparición de la tv en los años 50, Hollywood reaccionó con más superproducciones en colores y en grandes formatos, para atraer al espectador con lo que la televisión no podía brindarle. Pero la televisión a colores a mediados de los 60 naturalizó las imágenes a color como un estándar. Si los populares pero simples programas como Hechizada, Bonanza, Yo amo a Lucy o El avispón verde podían verse diariamente a todo color, no era lógico que las películas se quedaran detrás, y fue recién entonces cuando verdaderamente se aceleró la transición.

 

Una vez le preguntaron al cineasta John Boorman porqué había filmado su película The General (1998) en blanco y negro. “Porque pude hacerlo”, respondió. “Si de mi dependiera, todas mis películas habrían sido filmadas en blanco y negro.” Y no parece ser una opinión aislada. Casi todos los grandes directores de Hollywood (por no hablar de los europeos) tienen al menos una película en black and white. Revisemos. Kubrick: Lolita (1962). Woody Allen: Manhattan (1979). David Lynch: Elephant Man (1980). Scorcese: Raging Bull (1980). Copolla: Rumble Fish (1983). Spielberg: Schindler’s List (1993). Todas películas filmadas en la “era del color”, y la lista podría continuar largamente[1].

 

Tampoco es del todo casual que estas cintas monocromáticas se cuenten entre las obras maestras de estos cineastas. Y no sólo eso: hay géneros enteros del cine, como el film noir, que no podrían existir en colores. Es que el blanco y negro filtra la información innecesaria (¿a quién le importa el color de las corbatas del ciudadano Kane?) y recupera lo esencial de las imágenes. El blanco y negro permite juegos de contraluz, de claroscuro, que marcan el carácter de los personajes y de los escenarios. No quiere decir esto que el color no pueda ser usado de manera interesante, incluso magistral, como de hecho lo ha sido muchas veces. Pero a diferencia del cine mudo, que se fue para no retornar, el blanco y negro siempre será una posibilidad abierta –salvando el escollo de productores timoratos- dentro del repertorio creativo de los autores cinematográficos.

 

 

 

[1] Una lista más exhaustiva AQUÍ

Foto: Peru21
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Javier De Taboada

Arequipeño. Sanmarquino. Doctor en Literatura en Harvard University. Especialista en cine latinoamericano. Profesor en UPC e Investigador en Casa de la Literatura Peruana. Miembro fundador de AIBAL. 

Historia del cine en tres partes (2/3)

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La vida en Technicolor

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