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Instrucciones para viajar gratis en un bus o una combi

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Periodista de profesión. Amante por diversión. Fundador de la revista digital Frase Corta. Su pasatiempo favorito: dejar pasar el tiempo. 

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Muchos se reirán y dirán que eso es imposible. -No pues, en la vida, amigo-. Otros dirán que eso sólo puede ocurrir si eres el chofer o cobrador. Pero no. Acabo de “descubrir” la fórmula perfecta para viajar gratis en una combi o bus de Arequipa, sea cual fuese el destino, la distancia, la hora o lugar. Lápiz y papel y apunten todo. Pero eso sí: prohibido reírse.

 

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El cuento del enfermo

 

¿Y si me hago el enfermo? ¿Y si me toco el corazón y empiezo a temblar, luego me tumbo en el piso y pataleo como loco? Eso sí funcionaría. Por lástima o pena me botarían del carro. Algunos dirían que me falta oxígeno. “Pobre joven, debe estar mal del corazón”. No. No me atrevo. Y si en pleno acto teatral se me sale una carcajada. Mejor, sigo pensando.

 

 

 

“Agarren a ese ladrón”

 

¡Genial! Esta sí no falla. ¡Ya sé! Gritaré desde mi lugar. “¡Mierda, me robaron mi billetera, agarren a ese ratero!, ¡agárrenlo!”. Señalaré a alguien que ya bajó del carro y empujando al cobrador, emprenderé una rápida e imaginaria persecución. Para que nadie sospeche de mi estrategia, puedo incluso ponerme en guardia como queriendo pelear con el supuesto ladrón. Una vez que el carro se aleje le pido disculpas y le digo que todo fue una confusa confusión. Así no pago el pasaje y me voy feliz y contento. Pero no creo. Y si me tildan de loco y si por ahí aparece un “tombo” y me mete vara. ¡Qué miedo!

 

 

 

El dormilón

 

Mejor me hago el dormido y cuando el cobrador me despierte, abro mis ojos de rabia y furia porque supuestamente me pasé de mi paradero. Entonces insultando a todo el mundo me bajo sin pedir explicaciones. Eso podría resultar. Y si el cobrador me despierta en el paradero final, ¿cómo demonios regreso?

 

 

 

“El carro se quema”

 

Mejor pego un grito al cielo diciendo que el carro se está incendiando. “¡Incendio!, ¡se quema el carro!, ¡CARAJO! ¡Paren el carro! ¡Paren el maldito carro!” Claro que yo seré el primero en abandonar el vehículo todo asustado e incluso tosiendo. Una vez alejado de aquel fingido siniestro, me puedo matar de risa e irme silbando. Y si al darse cuenta, el chofer, cobrador y todos los pasajeros me alcanzan para lincharme. ¡Uyuyuy! Sería el fin de mi existencia.

Hasta hace poco estaba tumbado en mi cama, preocupado y renegando por las cosas que siempre ocurren en esta vida. ¿Que Keiko lidera las encuestas? ¿Qué Julio Guzmán sube?... En ese instante recordé aquella mala tarde, cuando tras gritar: “¡baja esquina!”, noté la flacura de mi bolsillo y la desazón de no tener ni un cobre para pagar el pasaje. ¡Imagínense! ¡Dios mío! En aquella oportunidad –literalmente– quedé congelado. En ese instante me invadió una serie de ideas macabras para salir airoso de ese vehículo:

 

 

 

Quise ser un ex recluso:

 

Lo primero que quise hacer fue caminar lentamente hacia la puerta y fingir que soy un ex recluso que acaba de salir de algún penal de mala reputación. “Una moneda no te llevará a la pobreza, ni mucho menos a mí a la riqueza”. Quería mostrar mis cicatrices o en el peor de los casos, conseguir una aguja o alambre oxidado para clavar en mi lengua, brazos o estómago. Todo sea por una buena causa: no pagar los 0.80 céntimos. Obviamente este plan no funcionó. Ni tengo cicatrices, ni mi fisionomía se asemeja a la de un ladrón o malhechor.

 

 

 

Quise ser el cobrador:

 

Entonces pensé en otro plan. Quise fingir de cobrador. Ir al fondo del carro, estirar la mano y susurrando decir: “Pasajes, por favor, sus pasajes”. Bastaba que un pasajero me diera lo necesario para abandonar ese vehículo. Pero tampoco funcionó. ¡Diablos! Me dio miedo. Y si alguien me da  diez soles, ¿qué demonios hago?, ¿de dónde saco su vuelto?

 

Ese maldito carro picó y se alejó de mi paradero. A seguir pensando.

 

 

 

¿Y si digo que soy un artista folclórico?

 

¡Ya sé! Voy aparentar ser un artista folclórico. Ellos viajan gratis. Empezaré agradeciendo al chofer y cobrador por permitirme subir a su unidad para compartir, a capela, unos cuantos huaynos ayacuchanos. Total, creo que tengo buena voz y así fácil que sacó más de lo necesario. Cuando estaba a punto de dar rienda suelta a mi talento musical, recordé que de huaynos ayacuchanos no sé ni michi, menos de cumbias, ni de vals. En realidad no sé de memoria ninguna canción. ¡Rayos!

Bueno, bueno, bueno, ya tienen varias estrategias o tácticas para viajar gratis. Con un poco de firmeza  o terquedad, lo pueden conseguir. Si son gordos, usan lentes oscuros y tienen bigotes, pueden pasar como policías. Hay miles de formas para viajar gratis. ¿Y qué hice aquella tarde para no pagar mi pasaje? Hice lo más sensato: ser sincero. “Amigo me olvidé mi pasaje, no tengo ni un cobre”. Bastaron esas palabras para abandonar aquel vehículo. Al final, igual tuve que caminar. ¡Rayos!

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