¿Cómo me vería postrada en la cama?, cogiendo la piel muerta de mis labios- pellejos salvajes-. Con una mano sobre la cabeza con lentes y mirada en el ordenador. Es posible pensar en nada. En blanco. En la aparente hoja A-4 que ilumina mi rostro y un poco de la habitación.
¿Cómo me veo ahora?, ahora tirada sobre el colchón enfundado de azul, azul a rayas. El brazo por encima y sin haberme dado una ducha, no aparentar haberme dado la ducha. La cama puede ser una caja, una caja empotrada en el piso para que alguien la levante (y la tire si quiere) no sé. Puedo girar el cuerpo, crear un mejor ángulo para la puerta del ropero para la ventana cubierta de sombras y de cortinas. Tan solo el costado y así no aplasto nada, el costado para que la pared aprecie el lila definirse en la piel morena.
¿Cómo me veo?, y mi sombra me dice que bien.
¿Cómo me veré entonces?, cuando el lila cambie por plomo. Cuando la piel morena no se vea, cuando no se sienta piel. Entonces, ya no habrá ventanas, cortinas o puertas en un ropero. No habrá ropero. No habrá una caja que aparente ser cama para que pueda aparentar ser mujer.
Para ese entonces no podré recordar si es que tuve senos y disfrute de ellos, si es que otra parte de mi habitación era un retazo de utilería de cartón que mi mente hacía perpetuar cada que cerrara los ojos. Para ese entonces no habrá abismos oceánicos entre mis arrugas y yo, entre las lagunas mentales y un vaso de whisky que olvidé servir para hacerlo de nuevo. Desconoceré el significado de A-4 o quizá no. Quizá no, y lo confunda con algo próximo, una extraña versión de C-3PO en El Episodio veinticinco, dormiré con el control remoto entre las piernas esperando que ronronee.
¿Cómo me vería entonces?, cuándo sentir a solas sea lo único que me quede para recuperar mis suspiros. Entonces será la hora para estrenar los empolvados cuadros, para volver a pasar el blanco sobre colores vivientes, para cerrarles la boca si es que no tienen. Cegarlos desde ya. Sentarme en el filo de la cama por horas, concentrarme de nuevo. Voltear de nuevo, gritar de nuevo, olvidar las pinturas en alguna silla, en algún rincón, en el alfiler de la sala que nunca tuve... ¿en qué? Igual ya no hay quien las devuelva, quien las traiga a casa como quien lleva el pan para su mesa y un libro para su cama. ¿Cómo me vería entonces? Y mi sombra no responde.

¿Cómo me vería postrada en la cama?,
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La taza azul, es poesía relatos, cartas, historias, y cositas que no me atrevo a decir fuera de la ducha o la almohada.
Cristal Alarcon Filinich
