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De cuero azul

Tenía unos diez años cuando llegó, estaba toda cromada y revestida con un cuero azul hermoso, después de todo ese era mi color favorito, sin pensarlo mucho me subí y comencé a usar mis brazos para avanzar los primeros pasos sin tener que usar mis piernas para nada; era raro y divertido a la vez. Comencé a tomar velocidad, ir de un lado al otro de la casa con mucha facilidad incluso, la hice girar de la misma forma como un patinador de hielo gira en un campeonato.

 

Mientras recorría la casa golpeando los muebles, mis carcajadas eran tan fuertes que mamá logró escucharlas al otro lado de la casa, llegó de un salto y al mirarme tan feliz con la silla de ruedas que se le cayó la ropa que tenía en la mano y con la mejor voz que tenía pronuncio mi sentencia. ¡Bájate de ahí! Esa silla es para tu abuelo. Yo me detuve sin mirarla, me baje corriendo y llegué a mi cuarto a renegar por lo que me había dicho mamá, ¿Acaso él se va a divertir? ¿Acaso podrá usarla como yo? Preguntaba al aire mientras intentaba que ella escuche mis quejas.

 

En efecto, mi abuelo no podría usarla como yo, él no podría hacerla ir veloz, ni darle giros, ni imaginarse que sea una gran nave espacial; pues para él era su silla para comer, para descansar, para ver televisión y algunas veces para dormir. Además, era su único medio de transporte ya que él no podía caminar, ni comer, ni hablar por sí solo. Él se limitaba a mirar a través de esos ojos ya incoloros por la edad o algo de su enfermedad que en ese momento no entendía.

 

Todos los días llegaba del colegio esperando que mamá haya tenido que ir al hospital y yo pudiera jugar con la silla de mi abuelo. El viernes llegó y como de costumbre mamá no estaba así que tome la silla, usé la cinta aislante y todo el cartón que pude para armar la nave espacial más increíble de todas. Fue raro cuando mi abuelo después de 2 años de solo ver la televisión pudiera enfocarse en algo más que la señorita Laura y los gritos que salían en su programa. Esta vez mis giros y onomatopeyas fue lo que su mirada cautivó.

 

Mi abuelo se convirtió en mi compañero de juegos, en estos él casi siempre era el malo y yo siempre ganaba; a veces era el malvado Lord Jin Kao, quien usaba sus poderes psíquicos para mover mi nave y encerrarme en algún agujero negro, malograba mi nave para  no dejarme usar mis cohetes contra su taladro de la muerte, en otras su hamaca, gracias a algunas alas de cartón pegadas con cinta aislante, éramos parte de la resistencia y volábamos juntos mientras veíamos Star Wars. Aun así siempre aparecía Madame de la Rosa, el personaje que sin saberlo mi mamá interpretaba a interrumpir nuestros juegos.

 

10 días después que mi abuelo falleció intenté seguir jugando con él, pero saltar de la silla a la hamaca y hacer de dos personajes a la vez no era muy fácil que digamos, en realidad fue muy difícil y solo pude hacerlo por unas semanas hasta que abandone las sillas completamente solas, Ahora quince años han pasado y veo a mis sobrinos jugando con la misma silla de mi abuelo, con el cromado caído y el cuero azul convertido en un verde muy opaco, las huellas de los golpes y las cintas aun sosteniendo algunos cartones sueltos. Supongo que entiendo por qué mamá intentaba que no jugara con esa silla cuando era pequeño, y es que luego se hace muy difícil ver como el malo que siempre pierde, a veces no aparece en el siguiente episodio.

 

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